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Violencia grupal juvenil y bandas latinas

7 de mayo de 2022 | Por Elena Sánchez-Miel

Últimamente resulta habitual leer noticias sobre grupos juveniles violentos, concretamente sobre las conocidas como “bandas latinas”, que protagonizan sucesos incluso delictivos en las principales ciudades de España. Sin embargo, no debemos catalogar a la ligera el fenómeno, puesto que es tremendamente complejo y ni siquiera la mayoría de medios de comunicación saben interpretarlo adecuadamente. Antes de que cunda el pánico, es oportuno diferenciar entre la violencia grupal juvenil y la delincuencia. A lo largo de este artículo pretendemos exponer la información de diversas fuentes, con especial énfasis en el punto de vista de la Psicología Social, para que el lector se haga una idea más fiel y documentada de la realidad de lo que está sucediendo.

Violencia y bandas latinas: Texto
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Sobre la violencia grupal juvenil

No faltan las noticias sobre episodios violentos en distintos barrios de Madrid. Protagonizados por grupos de jóvenes, incluso a plena luz del día, hay peleas, utilizan cuchillos y, en ciertas ocasiones, han llegado a causar muertes. La policía hace todo lo posible por contener el problema, pero evidentemente no es suficiente. Lo sabemos porque, si indagamos en el fenómeno, descubrimos que nada de esto es nuevo. Cambian los nombres, eso sí. Anteriormente no eran los Domican Don’t Play (DDP) y los Trinitarios, antes eran los Latin King y los Ñetas. Incluso antes de las bandas latinas había altercados graves entre los neonazis y los redskin, entre otras muchas tribus urbanas. En todos estos casos se trata de grupos de jóvenes, vinculados a una determinada subcultura, que utilizan la violencia para conseguir respeto y estatus. 
Se trata, por tanto, de un fenómeno cíclico que, actualmente, está focalizado en las bandas latinas. Aunque esto no quiere decir que no sigan existiendo otros tipos de “bandas” juveniles, algunas incluso sin nombre formal, siendo “pandillas de barrio”. Lo que caracteriza a todos estos grupos es que es la grupalidad la que da sentido a la violencia.

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Image by Karsten Winegeart

Características de la violencia grupal juvenil

  • Importancia del contexto.

  • Influyen procesos de categorización y comparación social.

  • "Edad de la banda": entre los 13-14 y los 24-25 años.

  • Tienen normas, tanto implícitas como explícitas.

  • El fin es ganar respeto o estatus.

  • No utilizan armas de fuego.

  • Típicamente masculina.

  • Basada en la "cultura del honor" o "cultura del respeto". 

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Estamos hablando de un tipo de violencia propiamente grupal en la cual el contexto es lo más importante. Sin él, esta violencia perdería su sentido. Se trata, por tanto, de un fenómeno específico, un tipo de violencia que se diferencia claramente de los demás. Aquí se dan los procesos de categorización y comparación social. Se crea el “nosotros” y el “ellos”. De esta forma, la realidad queda dividida; se ven radicalmente distintos a los miembros del otro grupo. Además consideran que los enemigos se parecen mucho entre sí, más de lo que se asemejan realmente. Se crean estereotipos que despersonalizan a los miembros del grupo opuesto. También se genera una lejanía perceptiva entre los grupos que están enfrentados. Esto hace que sean capaces de pegarse sin que emerja ninguna clase de empatía. Posteriormente pueden surgir remordimientos y, solamente cuando desaparece esa rígida división entre “ellos” y “nosotros”, cuando realizan una supracategorización y empiezan a considerar a los otros como “personas”, es cuando desaparecen las peleas. 
Se denomina “la edad de la banda” al periodo comprendido entre los 13-14 años y los 24-25. Es la etapa en la que determinados jóvenes deciden formar parte de estos grupos, que les generan seguridad y estatus en el barrio en el que viven. Experimentan un subidón de adrenalina al ir andando por la calle y que los demás se aparten al pasar. Buscan respeto, construyen su identidad personal sobre la identidad del grupo, aumenta su autoestima y encuentran apoyo en los otros jóvenes. 
Son grupos que tienen una serie de normas, tanto explícitas como implícitas. Una de las más importantes es la de reciprocidad, que compromete a los miembros del grupo a responder por otro cuando sea necesario. Aunque no se mantiene en el caso de tratarse de un motivo individual no compartido por el grupo. Otras normas se refieren a los enfrentamientos físicos, en los cuales la pelea termina cuando la víctima está en el suelo, no contraataca y se humilla. O bien, por orden, cuando pierda la consciencia, haya signos de sangre o de lesiones graves. Estas normas, junto con muchas otras, existen. Sin embargo, depende de la situación concreta que se apliquen o no. Si son grupos que se enfrentan varias veces, los que se pelean se conocen y, por tanto, es más probable que se respeten las reglas. Si, por el contrario, se produce un encuentro fortuito y anónimo con otro grupo, o se busca vengar a alguien, es más probable que se infrinjan y sucedan acontecimientos mortales.  
El fin de esta violencia no es matar, es ser respetado. Se respeta al más violento. Esta violencia, propiamente juvenil, se caracteriza además por el tipo de armas empleadas. No son pistolas ni armas de fuego, suelen ser cuchillos o machetes. Estos jóvenes no quieren meterse en problemas, su objetivo no es matar al adversario, solamente quieren defender su estatus personal y el de su grupo. Algunos optan por solamente utilizar los puños, para evitar inflingir demasiado daño al oponente o tener problemas legales. 
¿Cuándo se producen las muertes? Cuando un grupo numeroso acude armado a vengar una pelea anterior. No se mide la fuerza. Puede que se enzarcen con el primer miembro enemigo que encuentren. Puede que sea un chico solo contra veinte. Puede que, aunque no utilicen pistolas y no busquen matarlo, al ser tantos, el joven termine muerto. Estos suelen ser homicidios fáciles de resolver, porque se producen a plena luz del día, puede que frente a testigos, cámaras de seguridad, etc. Ellos mismos, si son preguntados, dicen “nos hemos pasado”. Por eso, aunque se producen muchas peleas (muchas más de las que conocemos), el número de homicidios es muy bajo. 

Image by Mahbod Akhzami

Últimamente parece que el fenómeno está cambiando un poco, incluyendo a las chicas en las peleas, pero lo más habitual es que se trate de un violencia típicamente masculina. Los grupos violentos de jóvenes se basan en la denominada cultura del honor o cultura del respeto, descrita por Cohen. Se trata de una cultura machista en la cual las mujeres tienen un papel subordinado. Cuando estudiamos a estos grupos de jóvenes, nos damos cuenta de que las chicas solamente aparecen en muy contadas ocasiones, y siempre como “novias de”. Se las considera como una posesión del grupo que da estatus al chico al que acompañan. Según esta cultura, el hombre estaría legitimado a actuar con violencia si alguien dañase su reputación. Dicha reputación está íntimamente relacionada con la chica que le “pertenece”. Si alguien tratase de ligar con una chica del grupo o la molestase, los chicos deberían demostrar su “virilidad” enfrentándose a él.

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¿Cómo se esta enfocando el problema? Distorsión del fenómeno

Los medios de comunicación presentan el fenómeno sobredimensionado, mucho más extendido de lo que es. Parece como si solamente viésemos la punta del iceberg del problema y esto dificulta mucho la intervención. Se nos presenta esta violencia como un fenómeno irracional, no selectivo, como una amenaza difusa, como si todos pudiésemos convertirnos en víctimas. Sin embargo, en realidad se trata de una violencia muy específica, típicamente ejercida hacia los miembros de grupos opuestos. Tampoco es irracional porque existen normas para ejercerla, como ya hemos comentado. En general son grupos más desorganizados de lo que se piensa, basando las relaciones menos en la disciplina y más en la amistad. No son “sectas” de ninguna clase, habitualmente los miembros pueden entrar y salir cuando quieran del grupo. 
Se asocia a estos jóvenes con la delincuencia y la criminalidad, pero aunque algunos puedan cometer delitos, el objetivo de estos grupos no es delinquir, es preservar su estatus y ser respetados. Si les enseñáramos a hacerlo de forma no violenta, veríamos un progreso importante. En el momento en que cometen actos ilegales, tienen armas de fuego, trafican con drogas a gran escala, o fundan el grupo con objetivos ilícitos, ya son verdaderamente delincuentes y ya no estaríamos hablando de este fenómeno aquí expuesto. Es imprescindible diferenciar. 
Incluso cuando la violencia grupal viene acompañada de otros actos delictivos (habitualmente tráfico de drogas ilegales a pequeña escala o robos a pequeña escala), no se solapa con la delincuencia común. Habitualmente se trafica para conseguir algo de dinero o para costear el consumo personal y grupal. En el caso de robos, suelen ser relacionados con la violencia, cuando se llevan objetos simbólicos de la víctima, como si fueran trofeos, tras una pelea. 
Hay que saber que, aunque en los medios se considere esta violencia como un factor individual intrínseco, como si “es este chaval en concreto el que está mal de la cabeza y por eso pega”, esto no es así. Lo interesante de todo esto es que suelen ser jóvenes que antes no eran violentos y que después, cuando salen del grupo, tampoco lo son. Aunque no podemos ser ingenuos; habrá algún joven que sí que tenga problemas de conducta graves y que posteriormente termine en bandas delincuentes o bandas criminales, pero eso es otro fenómeno y no ocurre en la mayoría de los casos. Además, las bandas de delincuentes también incluyen a personas adultas. 
La mayor parte de los investigadores considera que los factores interpersonales, grupales y sociales son más determinantes que los factores individuales a la hora de iniciarse en conductas desviadas. Algunos de estos factores son la edad, el género o la autoestima. 
En el caso de la violencia juvenil, el estatus socioeconómico no es una variable explicativa. Por eso no suele existir un motivo económico para ejercer esta violencia. Tampoco hay evidencias de que sean jóvenes provenientes de entornos familiares desestructurados, por mucho que les guste a los medios de comunicación comentarlo. Lo que sí es relevante recalcar es la falta de supervisión parental efectiva. Cuando pasan los años y dejan estos grupos, los jóvenes suelen retomar la relación familiar, lo que no sucede en el caso de los delincuentes comunes.
Son jóvenes que están inmersos en una especie de “micromundo”. Cuando con los años salen del grupo y descubren la posibilidad de relacionarse sin utilizar la violencia, esto supone un verdadero descubrimiento para ellos. A medida que van dejando la violencia atrás, otras dimensiones pierden importancia, como el “ser respetado”, y se difuminan las categorías y estereotipos anteriormente creados, por lo tanto, desaparecen los enemigos. 
Además las causas de la violencia no tienen que ver con la subcultura juvenil ni siquiera con la ideología de cada grupo. Es cierto que los jóvenes a veces utilizan la ideología para justificar un enfrentamiento, pero en la práctica simplemente es utilizada de forma superficial, para adoptar determinados elementos estéticos, además de establecer quién es el enemigo al que hay que agredir.

Image by Alejandro Lopez

“Yo lo veo como si estás con una bicicleta en un velódromo dando vueltas y estás de puta madre en el velódromo, que lo conoces y guay, pero en el momento en el que sales de ahí te das cuenta de lo que hay fuera y te das cuenta de lo que te has estado perdiendo ¿sabes? 
Pero si nunca has salido, no te das cuenta.”

Un joven del estudio de Scandroglio et al. (2008)

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El fenómeno de las bandas latinas en España

La policía empezó a investigar el fenómeno de las llamadas bandas latinas tras algunos episodios violentos en 2003, en determinados barrios de Madrid. Aparecen en escena los autodenominados “Latin Kings” y, poco después, los “Ñetas”. Estas dos bandas, enfrentadas, hacen saltar la alarma social con el asesinato de Ronny Tapias el 28 de octubre de 2003. 
Según algunos autores, durante la primera década de los 2000, los Latin King se convierten en la banda mejor organizada, la más violenta y la que sirve de referente para las demás. Eran habituales las reyertas en las discotecas de los bajos de Azca, en el Paseo de la Castellana de Madrid, donde varias bandas diferentes coincidían y se enfrentaban entre ellas. 
A lo largo de los años, determinadas bandas latinas han ido desapareciendo, algunos autores dicen que debido al incremento de la acción policial y judicial sobre ellas. Al mismo tiempo, otras han surgido y han crecido, aprovechando que la atención de los servicios de seguridad españoles estaba en erradicar la violencia del otro grupo principal. Así, los Latin King se considera que fueron desarticulados en Madrid, aunque ahora existen otras bandas con mayor prevalencia, como los “Dominican Don’t Play” (DDP). 
Como ya hemos comentado, a pesar de que el foco mediático esté ahora mismo puesto en este tipo de grupos, las bandas latinas no son los únicos grupos violentos juveniles que existen. Además, hay que tener en cuenta que, aunque estos jóvenes tengan elementos subculturales más elaborados que otros grupos, en España desarrollan dinámicas grupales similares a las que ya existían anteriormente, sin que haya diferencias cualitivas con lo que hacen grupos de jóvenes españoles violentos. Sin embargo, las cuatro principales bandas latinas existentes en España (Latin Kings, Ñetas, Trinitarios y DDP) han sido declaradas “organización criminal” por el Tribunal Supremo. 
Algunos psicólogos sociales matizan que, las bandas latinas existentes en nuestro país, no deberían considerarse organizaciones criminales porque, aunque algunos jóvenes se impliquen en trapicheos, la gran mayoría no lo hace. El motivo por el que se ha formado el grupo no es ese. Si lo fuera, hablaríamos de casos particulares y no de lo que aquí comentamos. 

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Principales bandas latinas en España

  • Latin Kings.

  • Ñetas.

  • Trinitarios.

  • Dominican Don't Play.

  • Forty two.

  • Blood.

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Actuación contra las bandas latinas: Cataluña y Madrid.

En la comunidad autónoma de Madrid se optó desde el principio por la acción policial y judicial, lo que, según fuentes policiales, mejoró la situación. Sin embargo, en Cataluña el problema se enfocó de forma distinta. Se inició un proceso mediante el cual las bandas latinas se convertían en asociaciones culturales. Aunque parece ser que la legalización no dio buenos resultados porque, desde 2011, en Cataluña se cambió de estrategia, imitando a Madrid y a otras ciudades de España, reforzando la actuación policial y acusando a estas bandas de organizaciones criminales. En principio parece haberse descartado cualquier vía alternativa a la policial contra las bandas. Los Mossos d’Esquadra informan de un descenso en el número de miembros pertenencientes a este tipo de bandas desde que se cambió de estrategia. Sin embargo, Carles Freixa, experto en bandas latinas, defiende que la intervención estrictamente policial no da resultado y que es necesario complementarla con medidas sociales. Evidentemente, la violencia en las calles continúa. Se trata, sin lugar a dudas, de un tema complicado.

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¿Por qué se pelean?

Un detonante puede ser simplemente un “me ha mirado mal”. Estos jóvenes están predispuestos a interpretar de determinada manera la realidad, como constantes provocaciones. Cualquier detalle puede convertirse en motivo para una pelea, en el momento en el que se amenaza el honor y el estatus del otro. Antes de los puñetazos, suele haber una negociación previa, en la cual uno puede evitar la pelea si reconoce la superioridad del otro. En el caso de que no sea así, se produce el enfrentamiento físico. Este refuerza la conducta porque, da igual si uno gana o si uno pierde, lo importante es que tuvo la valentía de pelear.

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¿Qué deberíamos hacer?

Algunos psicólogos sociales, como Bárbara Scandroglio, que lleva estudiando este fenómeno desde la década de los 90, manifiestan que existe cierto interés por parte de la policía en que asociemos las bandas latinas (y otros grupos juveniles violentos) con la delincuencia. De esta forma, no cabría ninguna duda de que, al tratarse de delincuentes, solamente la policía podría poner un remedio a todo esto, dejando a un lado toda intervención social (tanto por parte de psicólogos como de educadores sociales). Sin embargo, por mucho despliegue policial que organicemos, parece que sus efectos a largo plazo son escasos; el fenómeno continúa. Por ello, resultaría conveniente establecer una propuesta común, integrando múltiples profesionales de diferentes áreas. Lo ideal sería que los jóvenes viesen a la policía como un aliado, al que recurrir cuando la situación se complica de verdad. 
Al no tratarse de un fenómeno individual, la intervencion también debería ser grupal. Habría que destacar el otorgar a los jóvenes de alternativas para construir su identidad sin necesidad de recurrir a la violencia. En lugar de que el grupo se compare con el otro (el enemigo) por medio de la violencia, hay que proponer opciones con las que también sientan que se ganan el respeto de los otros. Hay que hacerles entender que también pueden ser reconocidos como grupo por sus cosas positivas. Es efectivo trabajar con el grupo porque este otorga cosas buenas al joven; le ayuda a construir una identidad, le enseña normas y puede servir de apoyo social. Estos elementos positivos pueden ser rescatados y usados en la intervención. Si el grupo estuviese únicamente construido para negocios ilícitos estaríamos hablando de otro fenómeno y, por tanto, no tendría sentido actuar. En esos casos lo adecuado sería que directamente interviniese la policía.
Scandroglio ha llevado a cabo intervenciones con grupos de jóvenes violentos en las cuales ha enseñado habilidades de negociación y mediación a determinados miembros, entre otras estrategias, además de contar con el apoyo de algún policía municipal o miembro de la Guardia Civil que también colaboraba, excepcionalmente, siendo un recurso al que llamar en caso de malentendidos, y obteniendo resultados muy positivos.

Los jóvenes delincuentes y las bandas criminales han de ser inminentemente perseguidas y debidamente condenadas. Sin embargo, los jóvenes que pertenecen a grupos cuyo contexto y subcultura hacen que reaccionen de manera violenta, han de ser comprendidos y ayudados puesto que, aunque el grupo les proporcione autoestima, identidad y apoyo social, entre otros elementos positivos, el pertenecer a grupos juveniles violentos conlleva evidentemente muchas consecuencias negativas, repercusiones físicas y legales, innecesarios enemigos y un modelo de relación basado en la violencia que hace que estos jóvenes se pierdan muchas cosas bonitas de la vida y oportunidades de relacionarse con otros, durante los años que pertenecen a estos grupos.

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El joven abandona el grupo cuando...

  • Toma conciencia de los efectos secundarios que conlleva la influencia y el respeto de la norma de reciprocidad que se establece entre los miembros del grupo. Puede que el joven se vuelva más autónomo, competente y más crítico a la hora de elegir a sus amigos. Además puede sentir que el grupo le limita a la hora de relacionarse con otros.

  • Adquiere una perspectiva de futuro a medio y largo plazo más consciente. 

  • Asiste a desenlaces perjudiciales, ya estén protagonizados por él mismo o por amigos del grupo.

  • Nuevos intereses y fuentes de refuerzo. Puede que el joven decida empezar a trabajar o retomar los estudios. 

  • Reconsidera la importancia de determinadas consecuencias

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Conclusión

Los grupos de jóvenes violentos tienen mucha repercusión mediática últimamente. Se habla de las llamadas “bandas latinas” prácticamente a diario. Sin embargo, son muchos los jóvenes que pertenecen a otros grupos de la misma naturaleza y que no son “bandas latinas”. Este es un fenómeno que sucede en nuestro país desde hace varios años y, aunque los medios de comunicación indiquen una reciente escalada de violencia, en realidad esta siempre ha estado ahí. En este artículo profundizamos sobre la verdadera naturaleza de los grupos juveniles violentos, haciendo hincapié en que en su mayoría no están compuestos por delincuentes ni criminales, sino por jóvenes (de entre 13 y 25 años) que adoptan una subcultura determinada y, a cambio de identidad y apoyo social, se esfuerzan por asemejarse al prototipo del grupo, para ser considerados miembros de este. Así establecen relaciones con otros, considerados los enemigos, basadas en la violencia y los enfrentamientos físicos, en busca de respeto y estatus para ellos y para su propio grupo.

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Referencias bibliográficas

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